Los investigadores trataban de averiguar cómo afectaba el dolor al deseo sexual. Para ello seleccionaron a un grupo de roedores sexualmente compatibles que fueron separados individualmente. A cada “pareja” le separaba únicamente una pequeña puerta por la que el ratón hembra podía pasar para ir a la habitación del macho; el tamaño de la puerta fue diseñado para que el macho, que tiene un tamaño más grande que la hembra, no pudiera cruzarla.
Tras esto, los científicos inyectaron una pequeña dosis de compuestos inflamatorios en la cola, los pies o los genitales a ambos sexos cuya sensación principal sería un dolor como el que produce una quemadura solar. Los ratones hembra cruzaron la puerta un 50% menos de veces que antes de sentir dolor, lo que implicaba una disminución de su motivación sexual. Sin embargo, al modificar la ubicación de los ratones, eliminando la puerta de acceso a ambas jaulas, los ratones machos deseaban tener tantas relaciones sexuales como cuando sentían dolor, es decir, no hubo ningún tipo de cambio de conducta sexual con o sin dolor. El apetito sexual era exactamente el mismo.
Las conclusiones del estudio, cuyos autores extrapolan a la conducta de los seres humanos, han sido publicadas en la revista Journal of Neuroscience y no han tardado en encontrar enemigos. El neurocientífico de la Universidad de Rutgers (EEUU) ha afirmado que “la reivindicación de una base evolutiva de la conducta sexual basada en un estudio con ratones trivializa la rica complejidad de la conducta humana”.
Con información de: Agencias | Muy interesante
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