McCrory evaluó por medio de resonancia magnética los cerebros de 43 niños, 20 aparentemente sanos que habían sido maltratados y un grupo de control integrado por los 23 restantes, provenientes de ambientes seguros. Todos rondaban los 12 años de edad.
Durante el examen se mostró a los niños fotografías con rostros tristes, neutrales y enojados. Ante las caras enojadas los niños maltratados desarrollaron actividad extra en la amígdala y la ínsula anterior, regiones del cerebro involucradas en la detección de una amenaza y la anticipación del dolor. Por un estudio previo se sabe que los soldados en combate tienen una actividad cerebral parecida.
Si bien esta adaptación neuronal podría ayudar a los niños a sobrevivir en sus primeros años, a mediano y largo plazo podría representar una predisposición a trastornos mentales como depresión y ansiedad, consideró McCrory.
Seguir a @HoyVerde