Todo este agobio se debe en gran parte a la ansiedad de ejecución: cuando nos van a evaluar, nuestro cuerpo reacciona para responder de la mejor forma posible; se activa el sistema nervioso autónomo y se libera adrenalina.
Se trata de un mecanismo adaptativo que ha resultado funcional durante milenios, pero hoy, cuando en la mayoría de las ocasiones lo que se nos pide es rendimiento intelectual, la entrada en estado de alerta puede perjudicarnos. Aunque algo de tensión mejora los resultados, a partir de cierto nivel de estrés, el incremento de presión disminuye nuestras prestaciones mentales.
Los exámenes estresan también porque alteran el ritmo cotidiano. Como recuerda la psicóloga de la Universidad de Deusto Rosario Morejón, experta en el estrés en la educación, estas pruebas nos exigen una sobrecarga cognitiva para la que el cerebro no está preparado, una intensiva readaptación vital durante un periodo que lleva varias semanas, y el abandono por falta de tiempo de hábitos relajantes, como el ejercicio, los viajes y la lectura.
Y es que ponerse nervioso frente a una situación artificial como esta es inevitable. El profesor Arturo Barraza, de la Universidad de Durango, halló que el 96,8 % de los estudiantes sufren un fuerte incremento de la ansiedad en los periodos de exámenes.
Pero ¿cómo sobrellevarlo? Los psicólogos recomiendan cambiar el enfoque –tomar el examen como un reto y no como una obligación–; practicar ejercicios de relajación de unos 20 minutos diarios como mínimo; usar la parada de pensamiento, para evitar la continua e inútil anticipación de problemas, del estilo “¿y si me quedo en blanco?”; y organizar el tiempo de estudio equilibrando momentos de trabajo y de desconexión.
Con información de: Agencias | Muy Interesante
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